Como en casa (Mini historia)


Nos encontramos en una barrio promedio de la ciudad de Florida, un sábado por la mañana, en pleno invierno.

Cierto sicario pelirrojo paseaba por las calles, cubiertas con una ligera capa de nieve, y únicamente abrigado con una bufanda verdosa. Así es, se trataba de Pico.

El chico planeaba quedarse en su casa, con una buena manta, y ver nevar mientras era el resto del mundo quien se moría de frío. Pero no, ahí estaba él, quitándose la nieve del pelo a cada paso que daba.

¿Que hacía ahí? No se trataba de uno de sus asesinatos a sueldo, por suerte. De hecho, estaba ahí para tratar de que se evitase alguno...

Se asomó por una de las calles, y una igual que todas las otras, y miró el nombre de esta. Esa era la indicada.

—Es aquí— se dijo a sí mismo

Dirigió una mirada lejana a una de las casas, la numero 4, e inspeccionó su alrededor. No parecía haber gente sospechosa — ni nadie, en realidad —, coches desconocidos o algún artefacto cerca. Todo correcto.

¿Por qué vigilaba con tanta atención esa casa? Bueno, la respuesta era simple, y se trataba de las personas que habitaban en ella.

Un niño de apenas ocho años, apodado Skid, de quien solía cuidar a diario apenas un mes atrás, cuando su madre no podía hacerse cargo de él. El menor siempre le contaba chistes, le mostraba cosas o jugaba con él, y el mayor simplemente ofrecía su compañía y el mejor ánimo que pudiese.

Ese crío se convirtió en alguien muy especial para Pico, era su amigo, su protegido, casi como un hijo suyo.

Pero no era la única persona importante para él que vivía en esa casa. También estaba Lila, la madre del pequeño, a quien no había llegado a conocer hasta un tiempo después. 

Esa mujer, oh, también lo era todo para él. Era tan bondadosa como su hijo, dispuesta a darle todo cuanto pudiese, la mujer más increíble que había conocido jamás. 

Cuando Lila volvía de trabajar, Pico y Skid se unían a ella para ver una película, preparar la cena juntos o jugar a algún juego que propusiese el menor. Esa era siempre la mejor parte del día para Pico.

Y así estuvo meses la cosa, cuidando del niño, pasando tiempo con la mujer, formando algo de lo que Pico siempre quiso ser parte: una pequeña familia.

Y, para qué mentir, al final el pelirrojo terminó enamorándose un poco de ella...

Por desgracia, eso quedó en el pasado. Cuando llegaron las vacaciones de invierno, y Lila volvió a poder cuidar de su hijo, los servicios de Pico ya no fueron necesitados.

De todos modos, el chico iba allí cada día, hiciese sol, lluvia o nevase, para vigilar que ningún peligro amenazase a la que alguna vez fue su familia.


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Pico continuó caminando a lo largo de la calle, mirando los jardines nevados y la decoraciones que adornaban el exterior de las casas.

Ah, la Navidad, recordaba lo mucho que esta le entusiasmaba a Lila. Y la festividad le recordaba un poco a ella, así que también le gustaba a él.

—«Me habría gustado poder pasarla junto a ellos...»— se dijo el pelirrojo, caminando sobre la nieve 

—¡Pico!

—¿Eh?

El chico se giró hacia la voz que dijo su nombre, solo para encontrar a un niño pequeño y pelinegro. No lo reconoció al principio, pero luego cayó en la cuenta de que era...

—¡Skid!— lo llamó el adulto, sonriente, acercándose a el— No te había reconocido. ¿Que tal estás?

—¡Bien! ¡Estoy jugando con Pump!— contestó el menor, señalando a su amigo, que trataba de prender fuego a la nieve— ¡Hicimos un hombre de nieve!

Pico echó un vistazo al "hombre de nieve". Se asemejaba más a una montaña con un gorro que a un hombre, además de que era bastante pequeña, pero no estaba mal para un par de críos.

—Jeje, está muy bien, chicos—dijo el pelirrojo, dandole una palmadita a Skid

—¡Gracias! Me gustaría que fuese más grande, pero la nieve es muy pesada...—dijo el niño, y después pareció tener una idea— ¡Un momento!

Una idea se le vino a la cabeza. Skid miró a Pico, esbozando una gran sonrisa, y soltó

—¡Podrías ayudarnos a hacer un hombre de nieve gigante! —dijo el pelinegro, ilusionado— ¡Uno que se viese desde todo el barrio! ¡Sería genial!

—Ehhh... ¿yo? —al adulto no parecía hacerle mucha ilusión la idea. Su plan era solo dar una vuelta tranquilo y volver a su casa— En realidad yo ya pensaba irme, Skid

—Ohhh...

La gran sonrisa del menor desapareció al oír eso, y solo se quedó mirando al suelo.

—Bueno, si no quieres, entonces nada...

El niño fue, ahora con paso más desanimado, de vuelta a intentar mejorar esa montaña de nieve. 

Pico se sintió un poco mal al haber hecho desaparecer en un segundo la ilusión del niño. Desde luego, no era un misterio que era poco hábil con ellos, pero eso le había dolido especialmente...

—Está bien, os ayudaré, pero solo durante un rato

Ambos niños sonrieron de nuevo al escuchar eso, y gritaron "¡bien!" mientras se preparaban para ir a por más nieve.


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—Heh, bueno, ha mejorado un poco, ¿cierto?

Ahora se alzaba frente a los tres un gigantesco muñeco de nieve, bastante más alto que el propio Pico, decorado con la bufanda que este llevaba.

—¡Es alucinante! —los ojos de Skid brillaron de ilusión— ¡Es super grande, y bonito, y es como los de las películas! ¡Es genial!

—¡Si!— afirmó Pump, volviendo a sacar su mechero— ¡Vamos a quemarlo, a ver si chilla!

—¿¡Qué estás haciendo con esto!?— Pico le arrebató al niño el encendedor, y se lo guardó en el bolsillo— Espera, la nieve ni siquiera-

—¡Mira mamá! —el pelinegro se giró hacia la ventana de la casa, y señaló el hombre de nieve enérgicamente— ¿¡Te gusta!?

—¿M-Mamá? —el pelirrojo quedó paralizado un momento al oír eso— ¿T-Tu mamá está en casa?

—Claro, ella nunca nos dejaría sin vigilancia. Está mirando desde dentro— dijo Skid como si tal cosa

Pico dirigió su mirada hacia la ventana, y efectivamente, ahí estaba Lila mirando todo el escenario con tranquilidad.

—¡Mamá, sal por favor! ¡Ya no hace tanto frío! —dijo el niño dando saltos. La mujer rio un poco, dijo algo que no pudo escucharse y se levantó— Mira, ya viene

—¿¡P-Por qué no me has dicho antes que ella estaba ahí!?— el hombre se puso algo rojo al gritar esto, mientras se arreglaba un poco el cabello

—¡Hey, Pico!

Lila estaba ahora en la puerta, con una bata y una taza humeante, saludando con la mano. 

—Ehh, hola Lila —saludó el chico nervioso— Perdona por no haberte visto antes y eso

—No importa, culpa mía por tener el mismo color que la pared— dijo esta en broma, y después añadió— Además, se te veía muy concentrado jugando con Skid y Pump

—Si, nos lo pasamos bien, hicimos el muñeco ese—Pico señaló el hombre de nieve con el pulgar— ¡O sea, no porque me gusten esas cosas de niños, solo...! Me lo pidieron y yo, pues... les ayudé

—Eso es muy tierno de tu parte, Pico —la cara del hombre enrojeció de nuevo— Y también lo es que sigas pensando en los niños

—«Y no solo en los niños...» — se dijo este a si mismo

—De todos modos, ya no cobras por cuidarlos, así que no es necesario...—la mujer hizo una pausa, y se inclinó un poco hacia Pico— A no ser que aceptes otra forma de pago~

El tono que usó la mujer en esa última frase lo dejó helado, y no precisamente por las bajas temperaturas.

—¿C-Como cuales?

—Pues por ejemplo... ¡Podría invitarte a un café cuando vinieses! Y podríamos charlar un poco—ahora era la mujer quien parecía un poco avergonzada— Quiero decir, si tú quieres...

—Si, eso estaría bien —contestó el chico, asintiendo

—¡Genial!— sonrió Lila

Y, acto seguido, se acercó a Pico y lo envolvió en un cálido abrazo, lo que lo tomó por sorpresa.

—Debo admitir que extrañaba verte por aquí, Pico —le dijo en voz baja la mujer, sin soltarlo, y visiblemente feliz— Y me gustará que estés de nuevo...

—Gracias— el pelirrojo correspondió el abrazo torpemente, sintiéndose algo más cómodo y, de alguna forma, como en casa— A mi también me agrada volver...



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